Ponencia presentada al Seminario Internacional Ciudades seguras ¿De cuál seguridad estamos hablando? Realizado en Medellín, Colombia en julio, 2007Silvia María García Ángel
Corporación Para La Vida Mujeres que Crean
Ciudad
¡Esta ciudad!
Esta ciudad me aterra
Y también me alucina
Esta ciudad me viola
Me escupe, me mata
Me atraca en las esquinas
A veces me acaricia
A veces me extorsiona
A veces me corrompe
Me apaña, me asfixia
¡Esta ciudad cabrona!
(Ángela Martínez)
El nombre que da título a esta ponencia, “Ciudades Seguras para las mujeres”, no es una afirmación. Es en realidad un gran interrogante que recorre los pliegues de nuestra piel, de nuestro ser como mujeres. Pero es sobre todo, un clamor a buena parte de la sociedad, que sigue siendo indiferente frente a lo que pasa con más de la mitad de su población.
Nos dicen que la seguridad es hoy la consigna. En su nombre, el planeta está inmerso en una demencial confrontación armada, en un monumental retroceso frente a los pactos históricos logrados en materia de convivencia y reconocimiento de los derechos humanos.
En nuestro país también, la seguridad es el horizonte de la acción gubernamental y ella ha devenido, por mencionar solo algunas consecuencias, en impunidad, muerte e intransigencia.
Impunidad, en el mal llamado proceso de negociación con los grupos paramilitares, que está significando por ahora, no solo la seguridad del proyecto político-militar impulsado por ellos y sus aliados, sino también la seguridad de la evasión de muchas de las responsabilidades del Estado colombiano, al no evitar sus macabras rutas de muerte, control y expropiación.
Muerte e intransigencia, evidenciadas ahora dolorosamente con los once diputados del Valle del Cauca asesinados y que dan cuenta de la seguridad que las partes en confrontación militar buscan de sus idearios político-ideológicos y de sus peculiares conceptos de defensa de la vida.
La seguridad aquí y allá es sinónimo de militarización, de sospecha, de imposición de la uniformidad, de pensamiento único. En todas partes un enemigo, una permanente sensación de amenaza, por doquier la ideología del miedo. Esta idea de seguridad justifica las guerras preventivas, los rescates a sangre y fuego, la violación de los derechos humanos.
Como siempre, el fin justifica los medios y los daños colaterales, dicen ellos, bien ameritan la imposición de la democracia y la defensa de la vida. Pero estos son conceptos abstractos, ciertamente lejanos a la vida y a la libertad.
Esta no es la seguridad que buscamos las mujeres, ni para nosotras ni para nadie. Creemos que la seguridad tiene que transitar hacia novedosas formas de cuidado y protección que privilegien el valor y significado de cada vida y el compromiso profundo con la libertad, la diversidad y las diferencias humanas.
Tamaña tarea, en una sociedad global signada por la bobalización norteamericana, las lógicas imperiales, la sacralización del capital, la glorificación de la guerra, la mitificación de héroes armados, la banalización del dolor, la preeminencia del espectáculo, la re-colonización de cuerpos y mentes. La lista es interminable, pero sin duda, los hilos invisibles de este entramado, están logrando arrinconar la vida de millones de seres humanos a una difícil sobrevivencia y a una intolerable indignidad.
¿Cuál es, podemos preguntar ya, el telar que permite crear esta urdimbre de desolación? ¿Dónde están esas manos invisibles que guían los hilos sombríos de este entramado perturbador?
Con profunda convicción y certeras constataciones históricas, sociológicas, antropológicas, las mujeres -al menos muchas- afirmamos que el causante es un sistema socio-sexual y cultural que se afinca en la superioridad y centralidad de los hombres y en los valores asociados a lo masculino.
La historia de la cultura humana es antigua y milenaria. Las primeras humanas y humanos modernos se reconocen desde hace 120.000 años. Se tiene evidencia de arte religioso centrado en la imaginería sexual que data de hace 20.000 años. La Venus de Willendorf, estatuilla en piedra caliza de la diosa grávida de la antigüedad fue esculpida hace 27.000 años.
Riane Eisler, en sus magníficas obras “Placer sagrado” y “El cáliz y la Espada” demuestra que la tendencia original de esas primeras comunidades humanas era hacia lo solidario. Estructuradas sin jerarquías, las diferencias no se vivían como desigualdad, asunto particularmente significativo para las mujeres. Pero hace 5.000 años factores diversos y complejos como sequías, desertificación, hambrunas, caos y estrés condicionaron la emergencia de una nueva manera de organización social que Riane, así como otras autoras y autores no dudan en nombrar como la instauración de un modelo dominador, que hoy nombramos como patriarcado.
El patriarcado, inaugura la violencia como forma estructurante de las relaciones sociales, violencia que en sus raíces es negación de lo femenino.
Este sistema se edifica sobre la eliminación de la Gran Diosa Madre, representación simbólica de la integración, de la unidad paradojal pero posible de los opuestos. Ella expresaba la valoración de los vínculos entre mujeres, hombres, naturaleza y cosmos, fundados en el amor, la confianza y lo creativo.
En esos tiempos se tenían la vivencia y la comprensión de que el poder supremo se expresaba en dar, nutrir e iluminar la vida. Las relaciones entre mujeres y hombres estuvieron marcadas por la inclusión y no por la exclusión, por la integración y no por la separación, por la unificación y no por la fragmentación, por la comprensión y no por la intolerancia.
El horizonte simbólico de la Gran Diosa, permitió la estructuración de sociedades caracterizadas por la regularización de los antagonismos y los opuestos, promoviendo por esta vía una mejor y posible concordia social y cultural.
Con la aparición de los dioses guerreros y sus múltiples rostros masculinos, hoy nos es difícil entender la re-unión de la polaridad, que el antagonismo y la contradicción no significan combate, eliminación, borramiento. Perdimos el sentido de la unidad entre luz y oscuridad, naturaleza y cultura, amor y odio, conciencia e inconsciente, razón y emoción, vida y muerte, cuerpo y alma, alfa y omega, femenino y masculino.
El patriarcado, con sus símbolos guerreros, produjo una gran escisión, un quiebre esencial, que rompió las conexiones y estableció otro orden cuyas consecuencias padecemos hoy en la demente destrucción de nuestro entorno natural, en la violencia estructural contra las mujeres, en la estigmatización del otro diferente que no encaja con los modelos de los centros de poder religioso, político o neoliberal.
El patriarcado estableció la fragmentación, jerarquizó los opuestos, estigmatizando a unos y sobrevalorando a otros. En este complejo proceso cultural y psíquico, el género masculino usurpó entonces como patrimonio, entre otras muchas virtudes, la razón, la fuerza, la trascendencia, el protagonismo y el coraje. Al género femenino, en cambio, solo se le podían reconocer defectos e imperfecciones: la emoción, la debilidad, la inmanencia y la fragilidad.
Mítica, histórica y psíquicamente se nos ha despojado de los significados profundos de esa lejana construcción simbólica, expresión de las lúcidas comprensiones de lo humano y de la multiplicidad de relaciones posibles entre los seres humanos.
La cultura occidental como hoy la disfrutamos y padecemos, es también el producto de una guerra contra lo femenino y lo que representa en cuanto develamiento de todo lo humano con sus sombras y luces, su bondad y maldad, sus fortalezas y debilidades. Esta guerra, cercenó los sentidos y significados de la integración, la inclusión y la unidad. Nuestra cultura nace de la eliminación simbólica y real de los referentes asociados a la Gran Diosa y con esto se instaló la milenaria exclusión y dominación sobre las mujeres.
La lógica patriarcal, contiene en sus fundamentos un libreto único que se expresa en la cultura, la política, la economía. Por ello, esta no se agota en todas las expresiones de la discriminación y la violencia contra las mujeres. Ella se expresa también en la dominación de los pueblos mediante la guerra y en la mercantilización de la naturaleza, destruyendo a su paso la memoria de la vida en su largo proceso evolutivo. Igualmente en la acumulación codiciosa y arrogante de unos pocos y el empobrecimiento cada vez más escandaloso de muchas mujeres y hombres, despojando a millones de seres humanos de la oportunidad de desarrollar sus múltiples potenciales.
Se preguntarán ustedes… ¿Qué tiene que ver todo esto con el tema que nos convoca a este seminario, con el asunto particular de ciudades seguras para las mujeres?
Pues tiene que ver todo. Las ciudades son un constructo histórico y social. Reflejan en consecuencia las luchas y la confrontación de intereses y valores entre quienes las disfrutan, las usurpan y las padecen. En ellas están presentes los sueños, esperanzas y visiones de sus habitantes. Pero también dan cuenta de los miedos, la desolación, las identidades negadas, los cuerpos violentados y las voces olvidadas de muchas mujeres y hombres cuya vida discurre, o mejor se escurre, en estos paisajes urbanos.
Las ciudades no son neutrales ni asexuadas. Son escenario de relaciones sociales, políticas y culturales, por esto en ellas también se reflejan los estereotipos aún vigentes sobre mujeres y hombres, así como las desiguales relaciones entre unas y otros.
En su origen, las ciudades fueron creadas para el ejercicio de las libertades, masculinas por supuesto. En consecuencia ellas reprodujeron la separación entre la esfera privada y la pública, así entonces las mujeres en la casa y los hombres en el trabajo, la política, las ciencias, el arte.
Esta impronta original, se mantiene en nuestras ciudades contemporáneas, observable en la organización del territorio: zonas para la producción, para el comercio, para la vivienda, para el ocio, para la administración pública. Segregada, zonificada, dividida por áreas, la malla vial y el automóvil son el vínculo por excelencia entre los pedazos de ciudad. Es poco el espacio para la sociabilidad, para el encuentro, para la charla, para la lúdica.
En el caso de las mujeres, que no abandonaron la casa pero ingresaron al espacio público –espacial y político- que se insertaron al mercado laboral, por no decir a la búsqueda incierta de ingresos para la sobrevivencia, la ciudad es un inmenso laberinto que consume su tiempo, al igual que aumenta su cansancio y ansiedad para llevar y recoger su prole de la escuela o del jardín infantil; para hacer las compras, pagar las cuotas, llevar a alguno de sus familiares al centro médico, asistir a las mal llamadas reuniones de padres de familia, esto pues por lo general casi siempre son las madres las que asisten. En fin, la lista es de no acabar.
La doble y triple jornada, pues se añade el trabajo comunitario, es para la mayoría de las mujeres una realidad incuestionable. Estudios bien documentados, señalan que las mujeres realizan mayores desplazamientos, los cuales por lo general hacen a pie. Este zigzagueante caminar es la búsqueda extenuante por compatibilizar su trabajo en la esfera pública, que incluye el ámbito de la economía, con las responsabilidades familiares y domésticas.
Las mujeres que tienen auto, al menos muchas, no se libran de las tareas asociadas a las funciones familiares. Tal vez ganan tiempo, aunque ahora ello es difícil de valorar, dada la preeminencia de los automóviles en el funcionamiento de la ciudad, los cuales ya son demasiados para las vías existentes y claro, para mantener la calidad del aire.
La movilidad de las mujeres en la ciudad, las condiciones del transporte público, el trazado de las vías, las rutas, las paradas, la seguridad, la funcionalidad no son factores que se tienen en cuenta a la hora de tomar decisiones al respecto. Valdría la pena, ahora que se aproxima la puesta en marcha del Metroplus, ver con ojos de mujer, las facilidades o dificultades que propiciará.
Los buses para dar otro ejemplo, no están diseñados para acoger a las mujeres con sus paquetes, con las niñas y niños que cargan o las personas ancianas o enfermas que acompañan. Esto sin hablar de los apretujones, aprovechados por caballerosos amigos de impunes y forzados deleites sexuales.
Y ya que hablamos de este asunto del transporte, como no hablar también de los riesgos que corremos las mujeres en los taxis. Varias denuncias señalan la ocurrencia de violaciones al utilizar este medio de movilización.
La ciudad es una realidad espacio-temporal que es diferente para mujeres y hombres. Por ello, entre otros asuntos, las decisiones de las mujeres para aceptar un empleo o proveer sus ingresos están mediadas por la cercanía a su lugar de residencia. Esto sin duda es un obstáculo invisible pero real que afecta a un gran sector femenino. Sin embargo, también hay que decirlo, esta situación es inversamente proporcional a la cualificación y estatus social de las mujeres.
La cuidad planificada es la proyección de urbanistas y políticos, hombres por lo general en lugares de poder, que proyectan sus intereses, necesidades y representaciones. La pregunta entonces es ¿cómo acogen las ciudades a sus mujeres? ¿Cómo responden a sus necesidades?
La respuesta es incierta, las mujeres estamos cambiando pero las ciudades no. Hasta ahora los hechos y los datos nos indican que la violencia en la casa y en la calle son persistentes, la violencia, el abuso y la explotación sexual de jóvenes y niñas es alarmante. La pobreza tiene rostro de mujer, en la migrante, en la desplazada por el conflicto armado, en la vendedora ambulante, en fin en miles de mujeres pobladoras de nuestros barrios populares. Las mujeres se convirtieron en generadoras de ingresos, pero no cuentan con servicios de apoyo para las responsabilidades familiares y domésticas.
La historia de nuestras ciudades latinoamericanas es la expresión de las luchas permanentes por hacer parte de ellas, luchando por pedazos de esperanza y de significación para hacer retroceder las fronteras de la exclusión. La ciudad impone límites y prohibiciones que se transgreden con violencias. Pero también se infringen con irreverencia, tozudez y conciencia del derecho a la ciudad.
La cuidad no es paisaje urbano es sobre todo la vida de sus pobladoras y pobladores. Su historia, está ligada a las mujeres y hombres que la han construido. En este punto vale la pena honrar a las mujeres, constructoras de barrios y ciudades, quienes huyendo de la guerra y la pobreza o expulsadas por la expropiación de sus terruños, crearon barrios, lucharon por un refugio al que llamaban vivienda, se organizaron para conseguir los servicios públicos básicos, la escuela, el centro de salud, la zona de juegos comunitarios y también sus centros de culto religioso. Ayer fueron las migrantes, hoy son las desplazadas que reconstruyen redes sociales y comunitarias para no sucumbir al dolor y arañar un retazo de futuro digno para sus familias.
El aporte invisible de las mujeres, su presencia en la economía, en la cultura, en la reproducción social no se refleja en las instancias de decisión y representación. Son tantos los obstáculos, tantos los miedos, tan profunda la interiorización de la menor valía que aún no nos animamos. Pero también es tan eficaz la dominación simbólica que anida en el inconsciente de nuestra sociedad, que por doquier encontramos barreras invisibles para incidir y participar en las decisiones que afectarán nuestras vidas. Estos son los famosos techos de cristal.
¿Dominación simbólica? se preguntarán. Si, es aquello que nos permite ver normal lo que es aberrante y está instalado en nuestras mentalidades y en la cultura. Ella por ejemplo se refleja en la escogencia de los símbolos que dan sentido y valor a la memoria, al re-conocimiento de las raíces de nuestra identidad, de nuestros hitos y de nuestra cotidianidad. Los monumentos, los nombres de las calles, de los edificios, de las plazas, dan cuenta de ello, de la signicación otorgada, pues las cosas no son lo que son sino lo que significan.
Si observamos con detenimiento, “ilustres” conquistadores y colonizadores, pero también guerreros libertadores, banqueros, gerentes, ingenieros y políticos pueblan nuestro itinerario por la ciudad. Por ningún lado nuestra origen indígena o afro, tampoco nuestro mestizaje, nacido del genocidio y la violación de nuestra ancestras indias.
Hasta hace muy poco, las mujeres estábamos ausentes, nuestra impronta histórica en la ciudad borrada. Por fortuna, ahora en Medellín, transitamos por avenidas y calles que nos hablan de María Cano, de Rosita Turizo y de otras mujeres. Muchas personas tendrán que preguntarse quienes son ellas, que han hecho. La tozudez de algunas mujeres de la administración municipal y la voluntad política de este Concejo han hecho posible empezar a cambiar un orden simbólico androcéntrico, centrado en gran medida en personajes masculinos, protagonistas de la conquista, la colonización y las guerras de independencia.
Por las venas de nuestras ciudades circulan altas dosis de testosterona. No de otro modo pueden explicarse las prácticas sociales que predominan: competencia, desarrollo económico, negocios, rentabilidad, especulación, violencias, producción, cemento, individualismo, segregación, fuerza, conquista.
En nuestra querida Medellín, los efectos visibles de tales compulsiones han dejado huellas dolorosas en nuestra historia reciente. El afán de lucro, de éxito y de pujanza, presente en la médula de esta cultura paisa, ha generado sin duda, empresa, riqueza y muchos logros por los cuales sentir orgullo. Pero también ha derivado en la prosperidad de la ilegalidad y la corrupción. Con un Estado ausente durante varias décadas en muchas zonas empobrecidas de la ciudad, la tragedia explotó. Las extremas formas de violencia que padecimos, comunicaron en su sin razón, la existencia de miles de personas excluidas, que arañando pedazos de montaña se aferraban a una mísera existencia. Ante nuestros ojos se desarrolló el genocidio de miles de jóvenes, víctimas y victimarios, que cambió la estructura demográfica de la población.
Nuestra historia reciente está marcada por narcotráfico, sicariato, justicia por mano propia y seguridad proporcionada primero por milicias guerrilleras y luego paramilitares. En la otra orilla, gobernantes negligentes y muchos empresarios y comerciantes haciendo ostentación de sus ganancias, en cómodos condominios de Miami.
En el plano urbano también se ha reflejado el usufructo comercial de la ciudad. Aunque empezamos a ver correctivos, como desconocer la poca generosidad con aceras y zonas peatonales, las insuficientes áreas verdes y plazas para el encuentro en el centro y en los barrios, el retiro de bancas en los parques, la demolición de referentes históricos y de nuestro patrimonio arquitectónico para dar paso a moles de cemento.
La pujanza de la raza, dicen muchos… perdónalos por que no saben lo que dicen, las razas no existen, todas y todos en este planeta somos descendientes de una Eva ancestral africana.
Sin duda, nuevos aires refrescan la ciudad. Pero los cambios no serán sostenibles y más profundos, si en la euforia de las muchas transformaciones evidentes, dejamos de lado el encuentro colectivo y diverso para reconocer causas y responsabilidades de las muchas tragedias que hacen parte de nuestra historia.
Es necesario repensar la ciudad y las micro ciudades que la integran, pero no solo eso, requerimos emocionar con ella, como diría el biólogo chileno Humberto Maturana. Necesitamos conjuntar razón y emoción, racionalidad y solidaridad para dar paso a cambios sustantivos en nuestras mentes y corazones así como en las prácticas de poder signadas por la acumulación, el individualismo y la indiferencia.
Este reto, es ahora más que nunca un imperativo, pues las políticas neoliberales y el modelo económico en curso están agravando las condiciones de vida en las ciudades, profundizando los problemas estructurales.
Con lo dicho hasta ahora, podemos afirmar que la ciudad es paradoja, es mutación, es interrogante, es pregunta abierta al futuro.
Para las mujeres, la pregunta por el presente y el futuro es vital, pues la ciudad continúa siendo un ámbito hostil y poco seguro para nuestro desarrollo pleno. No son solo las violencias y el maltrato, que poco disminuyen. Son también la pobreza, los múltiples esfuerzos por la nutrición y la seguridad alimentaria, las viviendas precarias, la desconexión de los servicios públicos, las rutas de la muerte buscando servicios de salud, los obstáculos para realizar un aborto en los términos de la sentencia de la corte, las muertes que continúan por los abortos clandestinos.
También está la tiranía de un modelo corporal, que está produciendo la pandemia de la bulimia y la anorexia. Está el consumismo, que está llevando a muchas jóvenes a la aventura incierta de la prostitución, presas fáciles de los comerciantes del sexo.
Están las desplazadas, las de antes y las de ahora, en una ciudad poca hospitalaria con ellas, pero con los brazos abiertos a extranjeros, muchos de ellos ansiosos por hacer buenos negocios.
Están las mujeres en muchos barrios, viviendo una tensa calma, con ojos vigilantes sobre sus familias, sus organizaciones y sus vidas. La desmovilización todavía no es una paz cierta y mucho menos una posibilidad real de reconciliación.
El concepto de seguridad, adquiere significaciones diferentes para las mujeres, entendiendo que somos múltiples y diversas: niñas, jóvenes, desplazadas, trabajadoras en la calle, pobladoras de barrios populares, mujeres en ejercicio de prostitución, empresarias, profesionales, académicas.
El concepto de seguridad para las mujeres no está asociado solamente a las posibilidades de disminuir daños, riesgos o amenazas. La inseguridad es también desazón, miedo, incertidumbre, desconfianza. Es piel lacerada, cuerpo borrado y expropiado. Para las mujeres, la seguridad está ligada a la aspiración de SER, al desarrollo de nuestra autonomía, a la urgencia de adquirir una significación, primero para nosotras y luego para los otros. A la urgencia de lograr un desarrollo pleno, vital y creativo.
Queremos una ciudad, nuestra casa grande como dice la Red de Mujeres Populares, que propicie el logro de tales aspiraciones. La ciudad tenemos que re-crearla para que mujeres y hombres podamos desarrollarnos y relacionarnos desde valores de ciudadanía, solidaridad, sentidos de colectividad y enriquecimiento en la diversidad, Aspiramos a una ciudad que construya democracia plena en la economía, en la política, en la cultura. Una ciudad que incluya, donde todas y todos quepamos.
El derecho a la ciudad, es un derecho reconocido en el marco internacional y propiciar ciudades seguras para las mujeres es un tema de preocupación global.
Foros internacionales intergubernamentales, así como declaraciones diversas dan cuenta de un asunto que no es de poca monta. He aquí algunas de ellas:
- Declaración mundial de Iula sobre las mujeres en el gobierno local (Zimbabwe- 1.998)
- Declaración del Congreso Fundador de “Ciudades y gobiernos locales unidos” (París-2.004)
- Carta europea de las mujeres en la ciudad (1.995)
- Declaración del Encuentro construyendo ciudades por la paz
- Declaración de Montreal sobre la seguridad de las mujeres (2.002)
- El libro blanco de Barcelona
Y aquí en nuestro país, concretamente en Bogotá, durante el año 2.004 se realizó la segunda conferencia internacional sobre seguridad para las mujeres, organizada por el programa Ciudades más seguras de Naciones Unidas.
La ONU por su parte, está empeñada en que los gobiernos locales avancen hacia la consecución de ciudades seguras para las mujeres, mediante el impulso de políticas, legislaciones, estrategias, medidas de prevención, tratamiento y castigo a las muchas formas de violencia contra las mujeres tanto en el ámbito privado como público.
En todas esas declaraciones hay planteamientos comunes:
- Aplicación de la ley de cuotas y participación en el poder local
- Transversalización del enfoque de género en la administración pública y en todas las políticas públicas.
- Transformaciones en la cultura que permitan eliminar los estereotipos sobre mujeres y hombres.
- Políticas públicas para democratizar el trabajo doméstico y transformar las dicotomías entre lo público y lo privado
- Presupuestos públicos que reflejen los intereses y necesidades de las mujeres
- Estadísticas oficiales que reflejen el uso del tiempo de las mujeres y visibilicen sus aportes económicos y culturales a través del trabajo doméstico, las actividades comunitarias, el servicio social
- Seguridad del sistema de transporte
- Información desagregada por sexos sobre desplazamientos, origen y destino de los viajes, para considerarlas en las políticas de movilidad
- Seguridad sin represión, privilegiando la prevención y la educación.
- Condiciones ambientales que propicien la salud, el cuidado de los bienes naturales y construyan una ciudad ambientalmente sostenible y disfrutable ahora y en el futuro.
- Horarios de las oficinas públicas y privadas que consideren las múltiples funciones de las mujeres.
En este listado tendríamos que incorporar la demanda por un sistema de justicia pronto, ágil e integral que no re-victimice a las mujeres, que sea solidario, en un marco de derechos, frente al dolor y las secuelas que dejan la violación de sus derechos humanos. Y hoy más que nunca protección, Verdad, Justicia y Reparación para las muchas mujeres víctimas de este conflicto armado que no termina. Esto sin hablar de la urgencia de un acuerdo humanitario, son muchas las mujeres que esperan a sus esposos, padres, hermanos.
Con nuestras voces y la voluntad de muchos sectores de la sociedad podemos proponer muchas medidas creativas para transformar las condiciones de vida de las mujeres de esta ciudad. ¿Por qué no, por ejemplo, pensar en señalizar los lugares de la ciudad más peligrosos sin estigmatizar? ¿En construir mapas de riesgo para las mujeres? Claro que tendríamos que excluir por ahora las casas –los sitios más peligrosos- pero sería un principio de protección y auto-protección de las mujeres
Muchas acciones nacidas de la insumisión de las mujeres han contribuido a cambiar visiones y prácticas frente a la población femenina y han obligado a los gobernantes a asumir acciones y compromisos que disminuyan los factores de discriminación e inequidad frente a las mujeres.
Este compromiso ha sido evidente en esta administración municipal. Contar con una Secretaría de las mujeres y un despacho de la primera mujer creativo y generador de debate público, es un patrimonio para la ciudad.
Necesitamos continuar con los cambios, re-conocer las raíces psíquicas, políticas, simbólicas, cotidianas que sostienen la cultura patriarcal. Si no vamos a las causas profundas, solo garantizaremos la seguridad de su reproducción y la perpetuación de las situaciones de inseguridad de las mujeres. La seguridad del modelo, es la inseguridad de las mujeres. Los cambios han de calar en la piel individual y colectiva de la ciudad, pues de lo contrario ser mujer es un peligro.
Urgen paradigmas inéditos que permitan rupturas profundas en un modelo que está demostrando ser hostil con la vida, la convivencia, la igualdad y la justicia.
Mucho son los avances, pero también es mucho lo que aún falta. Las leyes son necesarias pero insuficientes mientras no haya un compromiso ético, que lleve a considerar las problemáticas de las mujeres como asunto público y del máximo interés para el conjunto de la sociedad.
Por esto, Estado, gobiernos locales, sociedad civil e instancias de participación y decisión ciudadana como son los Concejos municipales, tendríamos que redefinir pactos y compromisos que permitan que los hombres resignifiquen su ser y estar en el mundo y las mujeres puedan avanzar en sentidos de confianza y orgullo por el solo hecho de serlo, desarrollando a plenitud su libertad y todas sus inmensas capacidades.
Así entonces la ciudad sería compartida y el poder un ejercicio conjunto de equipotencia, equivalencia y equifonía.
Deseo concluir con una cita de Marta Cecilia Vélez Saldarriaga, feminista antioqueña:
“Y aquí en nuestro país y en nuestra ciudad concretamente, pienso en las mujeres de Moravia y otras comunas, constructoras de un barrio y creadoras de formas alternativas y comunitarias, mujeres solas, jefas de hogar, llevando adelante proyectos que las más de las veces nos enseñan que hay otras formas del crear y del avanzar que no sean bajo las figuras del odio y de la destrucción”
Medellín, 7 de julio