La reciente noticia de la que hicieron eco diferentes medios de comunicación acerca de los miles de estudiantes que unieron sus manos para formar una cadena humana en torno a la Acrópolis, demandando la devolución de los mármoles robados del monumento de Atenas hace más de 200 años, no sólo me recordó el protagonismo que tuvieron en los sesenta y los setenta, sino su capacidad de mover montañas cuando realmente juntan sus manos.
Es una reivindicación que clama por el el respeto a los antepasados, al espíritu de un pueblo. La juventud griega convocó de nuevo a sus dioses, a sus diosas ausentes del Olimpo para que el Museo Británico y su gobierno lean lo que gritaron al viejo mundo imperial, escrito en brillantes chaquetas anaranjadas: "Mármoles del Partenón: reunificación ya,"
Los atenienses retomaron la bandera de Melina Mercury quien fuera su ministra de cultura, y sobre todo una defensora de los tesoros, del alma, de la historia saqueada.
¿Por qué no reclaman los pueblos de América sus tesoros? ¿Cuando regresarán las momias a Egito? Sus espíritus deben vagar porque están fuera de la esencia que les pertenece y los vivos que no reclaman a sus antepasados están o estamos condenados a que se repita la historia.
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