30 de enero de 2006

En el centro del DF de México

Los días tan apacibles me desesperan, así que tomé la decisión de meterme en medio de la bullaranga del comercio de la Colonia de Balderas, caminar entre la gente que iba, venía, compraba, platicaba con un suave tono de voz o simplemente con una sonrisa o su cara muy seria.
Eran hombres y mujeres indios o mestizas con un evidente acento de su origen maya o azteca lucían abundantes y negros cabellos, sus caras anchas adornadas con unos ojos tristones como si contaran su ancestral despojo, la nariz muy ancha y labios gruesos. Llevaban su baja estatura de un lugar para otro. Caminé entre ellos o con ellos, acostumbrados a ver turistas.
Pregunté por una muñeca de trapo, por un maromero de madera y vistosos colores y una máscara también muy colorida echa de chaquiras y otra de coco. Cada vendedor me decía de qué lugar eran las artesanías.
Seguí mi ruta por la calle Ayuntamiento, entré a una iglesia católica, me senté cerca del altar y luego de mirar con curiosidad infantil cada rincón que se presentaba ante mí, me di un tiempo para meditar. Salí descansada y continué hasta cruzar una calle para evita el polvo que producían unas máquinas de construcción.
Me llamaron la atención tres estatuas, me acerqué y en la leyenda estaban los nombres de Izcoatl, Nezahalcoyotl y Totoquihatzin, los protagonistas de la Triple Alianza creada entre pueblos prehispánicos.
Neza y Toto escribieron poemas y fue una razón para que yo viera más dulzura en sus rostros, mientras que en el de Izco, vi más dureza. Me senté en un muro bajo que separaba de un pequeño jardín y el pensamiento voló. ¿Qué hubiese pasado si estos pueblos hubiesen continuado su propia historia? Desde luego la literatura sería diferente? Cuál sería la diferencia? ¿Cómo serían los rostros? ¿Qué existiría en lugar de la globalización?
Un taxista que sacaba brillo a las puertas de su Wolswagen verde y.....me observaba de cuando en cuando con curiosidad. Empezaba a caer la tarde y decidí seguir hacia el Zócalo, quería ver de nuevo esa gran plaza pues el recuerdo era muy vago.
Entré en la monumental plaza y en este final de agosto ya pendían los arreglos que engalanaban y convocaban a la celebración del grito ¡Viva México! Que como cada 15 de septiembre sacarían de sus gargantas los mexicanos, las mexicanas y que les recordaba que habían sacado a los “gachupines” que habían colonizado a sus prósperos pueblos.
Observé la imponente la catedral con su fachada barroca y neoclásica y luego me acerqué a un círculo de gente que miraba hipnotizada a un hierbatero con las características de lo que en Colombia denominan Culebrero, ese que aparece en “La estrategia del caracol”.

-Vea usteé señora esta planta carnosa, observe la pulpa, sabe usteé para que se utiliza? Pues claro que la gente la usa para ponerla detrás de la puerta para que los ladrones no entren , pero entran y se llevan planta y todo. Pero sabe cómo se llama, claro señora es ese nombre que usted acaba de pronunciar, es sábila. Y seguro que nadie sabe qué cura. Usté señor, si usté, para quitarse esa inflamación que tiene en su cara, ¿le dieron una golpiza, verdad? Agarre un trozo, ábralo, póngalo en el fuego y así calientico se lo pone en el lugar afectado y verá como le baja esa hinchazón. Y usté señora para esa pequeña barriguita póngaselo todas las noches y si sufre del estómago, de gastritis, lícuelo y tómelo todos, pero todos los días y verán los resultados.
El hombre iba a continuar con otra planta pero me atrajo la voz de Carlos Puebla que sonaba en un altavoz de un vendedor ambulante: ...hacer de Cuba un garito... se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó a parar.....Mientras que en otro sonaba un ballenato y finalmente ya no sabía dónde poner mi oído.
Caminé en medio de los puestos de collares y pulseras de obsidiana, vestidos, bufandas, CD quemados, espejos, cajitas de cristal y mucha, mucha artesanía llenas de colores y colores encendidos, alegres. La tristeza la llevaban en el alma.

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