Apartes. Con motivo de un aniversario más de su asesinato.
Fabiola Calvo
Oscar William Calvo Ocampo, un hombre,
un rumbero, un hijo y hermano, un político,
un soñador, un amigo, un padre, un joven que
dijo como joven lo que pensó. Con él, Colombia
tiene una deuda histórica.
Nunca le llamamos Oscar, ni Oscar William, siempre, para toda nuestra familia fue William. Luego en la vida pública, sus amigos y amigas salvo los de la infancia y juventud en Cartago, le llamaron Oscar, así Oscar a secas, un nombre con sonoridad, contundente, el nombre de un libra que mostró a Colombia en su corta vida pública, su faceta política, diplomática y soñadora, además del perfeccionismo que lo llevó a la entrega de lo que más deseaba.
Oscar William no fue un nombre que saliese de los tantos libros de Vargas Vila que leyera mamá y de los otros tantos que llevaba el viejo a casa. No, el nombre fue propuesto por las vecinas que lo llevaban y traían en brazos lejos de saber los acontecimientos 32 años después.
Fue la vida de William corta e intensa, inmersa en el momento que le correspondió vivir: Una familia acorde con las normas católicas aunque no fervorosa practicante; estable, padre trabajador y madre dedicada a sus hijos. Un país que vivía una cruda violencia en el campo y que registraban los medios en esa prensa escrita que papá llevaba cada noche a casa y unos muertos que traía día a día el rio La Vieja en nuestro pequeño pueblo de 30 mil habitantes.
Claro que esa violencia no quedó impresa en los primeros cuatro años de vida de William en Pereira, ciudad que siempre tendría asociada al tetero que mamó hasta esa edad y que escondía cuando mamá nos permitía sentarnos en el portón de la casa para ver salir a los niño y niñas del colegio o ver regresar a nuestros hermanos y hermana de sus estudios; asociada a a los juegos con una pelota detrás de nuestra casa en la calle 27 con 8; al carro con balineras que construían nuestros hermanos Héctor y Jairo para bajar rodando por la cuesta.
Un día cualquiera nos trasladamos a Cartago, llegamos a una casa grande, sin más muebles que los indispensables, ubicada al lado de la carrilera. Nos decían los vecinos que por allí pasaba todas las noches un tren fantasma, con hombres que ya habían muerto. Nos desvelamos muchas veces esperando que pasara pero nunca lo vimos pero si escuchamos el sonido característico de esos viejos trenes, los que de verdad pasaban.
...
Al lado de la actividad social y política llegaron los primeros amores, Hirma con H, Stella y otras tantas jóvenes que jugaban a tomarse en serio la vida. La verdad es que los días de William siempre fueron intensos, aún en ese nacimiento a la vida política, en ese despertar y aprendizaje del abc. Pero no dejamos de ir a la piscina o al parque de La Isleta aunque otras salidas, yo las prefería con el Héctor por rumbero, William estaba demasiado pequeño y Jairo con su sentido de intelectual sólo me invitaba a reuniones a cine o a teatro.
...
Así entre la cotidianidad, la familia y el compromiso político llegó a sus 28 años al Comité Central y al Comité Ejecutivo. Luego sería el vocero Oficial del Partido y el EPL en el proceso de diálogo y negociación con el gobierno de Belisario Betancur quien lo llamó para hacer parte de la Comisión de Paz. Durante este periodo lanzó la propuesta más atrevida que la izquierda hiciese: Una Asamblea Nacional Constituyente elegida por el constituyente primario, el pueblo, el ciudadano, la ciudadana con el objetivo de reformar la constitución para abrir paso a un proceso democrático en Colombia. Ese fue el origen de la actual constitución de 1991.
El 20 de noviembre de 1985 el centro de Bogotá fue militarizado. ¿Por qué? Cerca de las siete de la noche lo sabríamos. Oscar William Calvo Ocampo, fue asesinado en la carrera 13 con calle 42, dentro de una farmacia junto a Alejandro Arcila y Ángela Trujillo, dirigentes de la Juventud Revolucionaria de Colombia.
Fue asesinado con tan sólo 32 años, fue asesinado por el ejército tal como lo dieron a conocer diferentes organizaciones de Derechos Humanos en Europa en un voluminoso documento “Terrorismo de Estado en Colombia”.
Murió un hombre, un político brillante, un rumbero, gozador de la vida, un avanzado para su momento, un hijo que reclamaba mimos y la lentejas que hacía su madre, un dirigente que le dedicó su vida entera a la revolución, a un cambio que nunca vio y que no hemos visto.
Fabiola Calvo
Oscar William Calvo Ocampo, un hombre,
un rumbero, un hijo y hermano, un político,
un soñador, un amigo, un padre, un joven que
dijo como joven lo que pensó. Con él, Colombia
tiene una deuda histórica.
Nunca le llamamos Oscar, ni Oscar William, siempre, para toda nuestra familia fue William. Luego en la vida pública, sus amigos y amigas salvo los de la infancia y juventud en Cartago, le llamaron Oscar, así Oscar a secas, un nombre con sonoridad, contundente, el nombre de un libra que mostró a Colombia en su corta vida pública, su faceta política, diplomática y soñadora, además del perfeccionismo que lo llevó a la entrega de lo que más deseaba.
Oscar William no fue un nombre que saliese de los tantos libros de Vargas Vila que leyera mamá y de los otros tantos que llevaba el viejo a casa. No, el nombre fue propuesto por las vecinas que lo llevaban y traían en brazos lejos de saber los acontecimientos 32 años después.
Fue la vida de William corta e intensa, inmersa en el momento que le correspondió vivir: Una familia acorde con las normas católicas aunque no fervorosa practicante; estable, padre trabajador y madre dedicada a sus hijos. Un país que vivía una cruda violencia en el campo y que registraban los medios en esa prensa escrita que papá llevaba cada noche a casa y unos muertos que traía día a día el rio La Vieja en nuestro pequeño pueblo de 30 mil habitantes.
Claro que esa violencia no quedó impresa en los primeros cuatro años de vida de William en Pereira, ciudad que siempre tendría asociada al tetero que mamó hasta esa edad y que escondía cuando mamá nos permitía sentarnos en el portón de la casa para ver salir a los niño y niñas del colegio o ver regresar a nuestros hermanos y hermana de sus estudios; asociada a a los juegos con una pelota detrás de nuestra casa en la calle 27 con 8; al carro con balineras que construían nuestros hermanos Héctor y Jairo para bajar rodando por la cuesta.
Un día cualquiera nos trasladamos a Cartago, llegamos a una casa grande, sin más muebles que los indispensables, ubicada al lado de la carrilera. Nos decían los vecinos que por allí pasaba todas las noches un tren fantasma, con hombres que ya habían muerto. Nos desvelamos muchas veces esperando que pasara pero nunca lo vimos pero si escuchamos el sonido característico de esos viejos trenes, los que de verdad pasaban.
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Al lado de la actividad social y política llegaron los primeros amores, Hirma con H, Stella y otras tantas jóvenes que jugaban a tomarse en serio la vida. La verdad es que los días de William siempre fueron intensos, aún en ese nacimiento a la vida política, en ese despertar y aprendizaje del abc. Pero no dejamos de ir a la piscina o al parque de La Isleta aunque otras salidas, yo las prefería con el Héctor por rumbero, William estaba demasiado pequeño y Jairo con su sentido de intelectual sólo me invitaba a reuniones a cine o a teatro.
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Así entre la cotidianidad, la familia y el compromiso político llegó a sus 28 años al Comité Central y al Comité Ejecutivo. Luego sería el vocero Oficial del Partido y el EPL en el proceso de diálogo y negociación con el gobierno de Belisario Betancur quien lo llamó para hacer parte de la Comisión de Paz. Durante este periodo lanzó la propuesta más atrevida que la izquierda hiciese: Una Asamblea Nacional Constituyente elegida por el constituyente primario, el pueblo, el ciudadano, la ciudadana con el objetivo de reformar la constitución para abrir paso a un proceso democrático en Colombia. Ese fue el origen de la actual constitución de 1991.
El 20 de noviembre de 1985 el centro de Bogotá fue militarizado. ¿Por qué? Cerca de las siete de la noche lo sabríamos. Oscar William Calvo Ocampo, fue asesinado en la carrera 13 con calle 42, dentro de una farmacia junto a Alejandro Arcila y Ángela Trujillo, dirigentes de la Juventud Revolucionaria de Colombia.
Fue asesinado con tan sólo 32 años, fue asesinado por el ejército tal como lo dieron a conocer diferentes organizaciones de Derechos Humanos en Europa en un voluminoso documento “Terrorismo de Estado en Colombia”.
Murió un hombre, un político brillante, un rumbero, gozador de la vida, un avanzado para su momento, un hijo que reclamaba mimos y la lentejas que hacía su madre, un dirigente que le dedicó su vida entera a la revolución, a un cambio que nunca vio y que no hemos visto.