El lunes 3 de marzo, en Bogotá, en los buses de transporte urbano en Transmilenio, en las cafeterías, restaurantes, clínicas, en cualquier lugar que hubiese más de un ciudadano o ciudadana, la conversación era una: la muerte en Ecuador a manos del ejército colombiano, del dirigente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, Raúl Reyes.
El país parecía esquizofrénico. En todas las emisoras las noticias parecían uniformadas, por ningún lado se escuchaban las voces plurales de la calle. Ese respaldo unánime a Uribe es más que sospechoso. Es cierto que tampoco la guerrilla tiene el apoyo popular pero el pueblo colombiano tiene derecho a conocer todas las versiones y no el unimismo de los medios.
Es cierto que este es una país con un conflicto armado que el presidente Álvaro Uribe quiso esconder cuando prohibió la palabra conflicto del diccionario colombiano, pero resulta que estamos es en guerra.
Ya no tendremos que hablar de la socialización de la violencia sino de la internacionalización de la guerra porque los actores armados, incluido el gobierno, decidió pasarse al territorio del vecino. El gobierno para atacar a la ilegalidad se apropio de ella. El gobierno de Colombia no controla sus fronteras y exige a sus vecinos que las controlen.
Pero lo menos que sabemos los colombianos y las colombianas es la verdad. ¿Será posible que sobre un campamento que caen bombas, queden intactos los computadores que además guardan el secreto que la guerrilla comercia en el mercado negro con uranio? Es extraño porque es el único componente que faltaba a esta guerra para que se tenga un elemento más para enmarcarla dentro de los nuevos conceptos impuestos sobre terrorismo. ¿Quiere el señor Uribe otro Irak?
¿Qué hace tanto militar norteamericano en el territorio colombiano? Quizá el presidente Ernesto Samper y el vicepresidente Francisco Santos recuerden un seminario en la Universidad de Alcalá de Henares en el que les pareció absurda y casi demencial la afirmación de que Estados Unidos tuviese uniformados en nuestro territorio. Hoy es una realidad, que se veía venir hace muchos años.
¿Qué se pretende? Resolver el conflicto armado en Colombia? o ¿desestabilizar la zona para derrocar gobiernos incómodos? El pensamiento único señores, el pensamiento único y ¿un Tratado de Libre Comercio que entregue el territorio colombiano a los intereses norteamericanos?. Pensé que cuando el preámbulo de la Constitución de 1991 le devolvía la soberanía al pueblo, porque antes estaba en manos de Dios, era de verdad. Hoy la soberanía está en manos de Uribe.